Compre
tierra, ya no fabrican más
ATRIBUIDO
A MARK TWAIN
Actualmente
no queda rastro del concepto de renta económica sobre el que giro
gran parte del debate económico durante el SXIX. Por razones
históricas, la renta de la tierra fue preeminente entre las rentas
económicas, pero con el advenimiento del paradigma neoclásico, la
tierra como factor de producción se diluyó en el capital. Fue una
desaparición necesaria para alumbrar la revolución marginalista. Su
objetivo fue proporcionar a la economía un estatus de ciencia “dura”
y, de esta forma, dar cobertura y argumentos a la clase capitalista
ante los ataques de la economía clásica y, especialmente, marxista.
El éxito de la empresa es indudable y se prolonga hasta nuestros
días. El marginalismo pretende demostrar que cada uno recibe en
función de su contribución, por lo tanto, las desigualdades no son
fruto de relaciones de poder sino de la actuación de los mecanismos
del mercado. Los factores de producción, exclusivamente capital y
trabajo, son remunerados en función de su contribución en el que
las actuaciones hedonistas de cada individuo, sin pretenderlo, nos
conducen a un equilibrio competitivo. Cualquier intento de alterar
este “equilibrio” resulta siempre en pérdidas para el conjunto
social.La revolución marginalista, siguiendo a Naredo (2015), se define como el intento de reproducir la metodología de la física newtoniana, mediante la axiomatización de unos principios elementales que sean obvios y que puedan ser expresados de una manera formal, de forma que permita su tratamiento lógico-matemático. Esos principios son esencialmente tomados de los clásicos respecto del comportamiento psicológico de los seres humanos como agentes económicos que se expresan en dos leyes. La primera, preferir una ganancia mayor a una menor, y la segunda, buscar la máxima cantidad de riqueza con el mínimo de trabajo y abnegación. No obstante, para su tratabilidad matemática, son necesarias dos leyes adicionales las de utilidad marginal decreciente y de rendimientos decrecientes.
Estas leyes o principios deben ser aplicables con toda generalidad y evidentes, de forma que se pueda confiar en su veracidad sin mayor razonamiento o lo que es lo mismo, se trata de una manifestación de los juicios sintéticos a priori de Kant. En la física, estas categorías universales y absolutas de la mecánica newtoniana (espacio, tiempo, fuerza…) no han podido sobrevivir, pero en economía lo que hubiera podido ser su mayor debilidad, el sustrato ideológico y ético de conceptos como riqueza, producción, consumo, … ha resultado su mayor fortaleza, y han sido políticamente muy útiles como instrumentos de control y dominación.
En primer lugar, la pretendida generalidad no es tal (Naredo, 2015):
“El que se tome por objetivo maximizar la felicidad ‹‹comprando›› placeres es ya de por si suficientemente revelador de que la teoría neoclásica no se asienta ya en el axioma general antes indicado de que todo el mundo obra con vistas a maximizar su felicidad, sino en aquella otra proposición mucho más restrictiva que liga la felicidad a los bienes y servicios comprados que, como veremos, para la ciencia económica coinciden con generalmente con los consumidos. A este principio particular se añaden otros impregnados de un mayor contenido institucional como el de que para los oferentes la ‹‹ganancia›› se mide exclusivamente por los beneficios en dinero constante y sonante que, se supone, tratan de maximizar o el de que cualquier mercancía solo puede ser intercambiada en el mercado a precios uniformes y no mediante otras formas de intercambio diferentes. Cosa que redunda en lo ya indicado de que no son los principios generales, que describen de forma vaga ciertos rasgos hedonistas del comportamiento humano, los que servirían de base a las formalizaciones neoclásicas, sino otros mucho más restringidos que responden ya a un marco social e institucional bien concreto”
La parafernalia neoclásica no tiene otra finalidad que ocultar los juicios normativos que están presente en su “científica” forma de explicar el comportamiento humano desde lo que pomposamente se denomina racionalidad (homo œconomicus) y, por exclusión, calificar otros comportamientos que no sean consistentes con las leyes antes enunciadas, como irracionales. El problema es que el comportamiento del ser humano no se ajusta a ese canon. Asaz Zaman (2014)
“El
comportamiento humano es gobernado por las normas sociales, y
utilizamos la heurística en lugar de algoritmos de optimización.
Además, las normas sociales pueden ser creadas y cambiadas. Esto
conduce a una dimensión de la política de desarrollo que no está
reconocida por los textos convencionales: ¿qué tipo de normas
sociales deberían elegirse para maximizar el bienestar humano? El
comportamiento humano y las normas sociales se toman como exógenas y
fuera del alcance del economista, cuando en realidad son
fundamentales para el diseño de políticas para el desarrollo y el
crecimiento.”
No obstante, se han creado una serie de símbolos, estereotipos y metáforas aceptadas como una representación cabal de nuestro comportamiento “económico” y, que existen unas leyes que describen ese comportamiento análogas a las leyes que rigen los movimientos de los cuerpos celestes. Aunque en la física el paradigma de Newton fue sustituido hace mucho tiempo, pervive en la economía como si estuviera en una capsula en la que el tiempo no transcurre y, en la cual, la epistemología mecanicista goza de buena salud para explicar unos rígidos comportamientos que se adecúan a lo deseado.
Cabe decir, que aún dando por buenos los axiomas los resultados no se ajustan a lo “esperado”. Por ejemplo, los consumidores racionales no llevan al deseado equilibrio único (teorema de Sonnenschein-Mantel-Debreu) excepto que solo haya un solo consumidor y un solo bien o, expresado con mayor precisión técnica, que todos los consumidores tengan los mismos gustos y que los bienes sean homotéticos (que son bienes que cuyo consumo relativo no cambia con en el nivel de renta). Cuando los neoclásicos aceptan está solución como una aproximación a la realidad, tenemos una de las manifestaciones más palmarias de lo que podemos calificar, en este caso sí, como comportamiento irracional. El recurso que Samuelson llamó “F-twist” refiriéndose al principio postulado por Friedman (1953) que las hipótesis no tienen que ser realistas siempre que tienen poder predictivo se ha mostrado falso en la práctica y conceptualmente erróneo (Keen, 2011).
El éxito de está visión reduccionista del ser humano se está cobrando un altísimo precio, permitiendo negligir cuestiones acuciantes ante las cuales la respuesta consiste en negar su existencia o reducirla a un problema de asignación mediante precios (externalidades). Recobrar el debate de las rentas económicas es un elemento imprescindible para transformar la disciplina económica que, con su actual trayectoria de colisión con la sociedad y la naturaleza, sirve de coartada y apoyo para quienes nos conducen al desastre. En definitiva, y parafraseado a Michael Hudson (2015), la supresión de la renta económica persigue que se desvanezca la distinción básica entre ingreso ganado y no ganado, algo por lo que batallaron los economistas clásicos desde diferentes perspectivas. La célebre frase de Friedman “There is no such thing as a free lunch”, que es equivalente a decir que todo ingreso es ganado, solo es posible haciendo desparecer el concepto de renta económica.
Antes de proseguir debemos definir los conceptos de tierra y de renta económica que estamos utilizando.
- Tierra:
“La tierra proporciona la estructura física que nos sostiene y
que es capaz de capturar la lluvia y la radiación solar que cae
sobre ella. La tierra como estructura física es, un sustrato, o un
lugar que tiene propiedades económicas no vinculadas a la
productividad de su suelo y, en consecuencia, diferente de la tierra
como fuente de nutrientes y minerales. Para entender esa diferencia
denominaremos tierra ricardiana a la estructura física y la
localización” Daly y Farley (2004). En este análisis
utilizaremos de forma indistinta tierra y tierra ricardiana como
sinónimos.
- Renta
económica: “El exceso del precio de mercado sobre el valor. Renta
era el término clásico para el ingreso que no tiene contrapartida
en los costes necesarios para la producción. Los perceptores de las
rentas no tienen que desembolsar dinero de sus bolsillos para
suministrar los “servicios” de la tierra o los monopolios por lo
que básicamente son transferencias de dinero” Michael Hudson
(2017). Tanto la renta monopolista como la renta de la tierra son
formas de rentas económicas que no se corresponden con un reembolso
de los costes de producción incurridos.
Para entenderlo desde su perspectiva histórica nos hemos de situar en el momento en el que el pensamiento fisiocrático se desarrolla, fundamentalmente en Francia. Se trata de una sociedad agraria, en las que la industria o los servicios ocupan una pequeña fracción de lo que ahora denominaríamos producto nacional. Los fisiócratas introducen el concepto de producción ligado a la agricultura como, casi, el único sector productivo de la economía (también la minería se consideraba productivo en la creencia que la madre tierra producía minerales de igual forma, aunque mucho más lentamente, que el crecimiento de las plantas) siendo el resto de sectores estériles o no productivos. Por exótica que nos pueda parecer la afirmación es importante pues vincula la producción a la realidad física. El posterior desarrollo de la disciplina económica ha consistido en desacoplar la economía de la realidad física hasta el punto que aceptamos el crecimiento de las deudas de forma exponencial (interés compuesto) como sostenible sin que tengan conexión con las reclamaciones sobre los recursos (materia y energía) necesarios para saldarlas. El capitalismo financiero, en el que dinero engendrá dinero como por arte de magia, significa llevar esa lógica hasta sus últimas consecuencias.
La actual fase del capitalismo es la adecuada para responder a los retos que representan los límites físicos y sociales pues el comportamiento de capitalismo como sistema de organización social no solo niega o rebate a sus oponentes, sino que intenta y, normalmente, consigue borrarlos o marginarlos del debate público. Ante sus contradicciones, desacoplarse de la realidad física es perentorio, y ello se traduce en una mayor presión sobre la naturaleza, en el aumento de la velocidad en la destrucción de los ecosistemas, de la extracción de recursos, y la destrucción de cualquier tejido social que entre en contradicción con los principios individualistas y hedonistas a los que hemos hecho referencia.
Cuando los fisiócratas construyen su teoría, antes del descubrimiento de los principios de la termodinámica, y con una utilización muy reducida de fuentes de energía más allá del sol (fotosíntesis y biomasa) sus postulados sobre el origen de la plusvalía tienen sentido. Posteriormente, la utilización masiva de los combustibles fósiles cambia esa perspectiva. Adam Smith establece la teoría del valor exclusivamente basada en el trabajo y el esfuerzo.
Debemos enfatizar la importancia que supuso la irrupción de la energía fósil. Por ejemplo, la revolución verde hace que la agricultura considerada por los fisiócratas como casi la única fuente neta de riqueza (producto) se convierta en un sumidero de energía. Es fácil ver que hemos sustituido recursos renovables por no renovables en el proceso lo que nos hace más frágiles, en contra de la fe generalizada del progreso infinito.
Smith postulaba que la única fuente de valor es el trabajo que tiene un valor de uso y de cambio. La naturaleza aunque poseedora de un valor de uso incalculable, carece de valor de cambio, lo que lo deja fuera del campo de estudio de lo económico. El reduccionismo operado de los fisiócratas a los clásicos está en el origen de los problemas que plagan la disciplina económica y que la hace inoperante ante los problemas medioambientales y sociales. Por ejemplo, es habitual calificar de producción a la extracción de petroleo o mineral de hierro cuando no es más que arrancar de las entrañas de la tierra elementos no renovables.
En el párrafo anterior he sido laxo cuando he dicho que la naturaleza carece de valor de cambio. La tierra convertida en mercancía ficticia (Polany, 1944) adquiere valor de cambio. Aquellos bienes naturales, apropiables lo tienen, pero la mayor parte de servicios abióticos y bióticos que la naturaleza proporciona, no lo tienen. Precisamente esa apropiación por unos pocos de aquello que no han producido, es lo que da lugar a las rentas económicas. El prestigio consiste en hacer desaparecer lo que Herman Daly recogiendo el pensamiento de Aristóteles, denomina factores materiales. Cualquier coste, desutilidad utilizando la jerga económica, es invisible para el radar de la economía. De está forma, la economía sin ataduras materiales puede crecer ad infinitum puesto que las necesidades son ilimitadas dentro de ese marco conceptual. Esta semilla permitirá creer que la expansión de dinero representa realmente la expansión de la economía “real” y que crecimiento exponencial (interés compuesto) es una regla “natural” de la economía. Los polvos mágicos son la tecnología y la infinita sutituibilidad de factores, tema que hemos tratado extensamente en el blog (aquí, ).Esa posición se encuentra perfectamente representada por las palabras pronunciadas por el insigne economista Robert Solow (1974):
“El
mundo puede, en efecto, continuar sin recursos naturales”
El
modelo dominante de crecimiento asume que no hay límites a la
posibilidad de expandir el suministro de agentes no-humanos en la
producción. Es, básicamente, un modelo de dos factores en el cual
la producción depende solo del trabajo y el capital reproducible. La
tierra y los recursos, el tercer miembro de la triada clásica, en
general, se han caído de la justificación tácita que ha sido que
el capital reproducible es casi un sustituto casi perfecto de la
tierra y otros recursos no renovables
En el proceso de mercantilización de la tierra la teoría del derecho “natural” de propiedad de Locke juega un papel fundamental porque precede al estado y es independiente de él. Locke se opone a los monarcas absolutos y su teoría es un precedente directo de la teoría de que el valor clásica pues el derecho nace del trabajo de la tierra que con él mejora y, de está forma, el que la trabaja tiene derecho a sus frutos. La propiedad es una forma de libertad y de librarse de las cadenas y la violencia del estado absolutista. En Locke está todavía latente la propiedad ligada al uso lo que es un obstáculo para justificar el ingreso del rentista ausente que persigue el marginalismo. La teoría de Locke es un pilar esencial para el edificio neoclásico, porque su independencia/oposición al estado es una palanca extraordinaria para la defensa del laissez-faire.
Sin embargo, dicha teoría solo funciona siempre que haya tierra para todos como él mismo se encargo de advertir. Adam Smith no comparte la teoría de Locke, pues para Smith el derecho a la propiedad y su uso depende del estado y la forma como se regule. A Smith como moralista le preocupaba que el estado, en lugar de cumplir con su misión de dar seguridad a los derechos de propiedad, se convirtiera en el arma de los ricos o los que tenían propiedad contra los que no la tenían.
El estado fue esencial para la mercantilización de la tierra que lleva a primer plano el valor de cambio y deja en segundo plano el valor de uso, provocando en términos dialécticos una tensión no resuelta. El proceso de despojar de la tierra, cuya propiedad estaba basada en el uso y el aprovechamiento colectivo, a los campesinos para convertirlos en meros oferentes de trabajo sin más alternativa, es uno de los pilares para que el nuevo sistema se desarrolle.
Las modalidades de propiedad de la tierra son muy numerosas y se caracterizan por el ejercicio o reconocimiento de distintos derechos sobre la misma. La propiedad basada en el uso precede al concepto moderno de propiedad que en ningún caso tiene carácter absoluto pues siempre esta sometida a restricciones o autorizaciones. La propiedad fundamentada en el uso tiene, en la mayoría de casos, un sistema de control o administración colectiva que no resulta útil para poner de relevancia el valor de cambio. Ese tipo de propiedad no se puede transmitir o solo con restricciones muy fuertes que afectan al valor de cambio que es el primordial para el capitalismo.
En términos dialécticos, el ejercicio de los derechos de propiedad tal como se configuran en el capitalismo ponen en primer termino el valor de cambio y relegan el valor de uso a un segundo plano. Segun Naredo (2015) se sacrifican las anteriores formas de propiedad en beneficio de la propiedad burguesa como si la misma siempre hubiera existido.
Hacemos notar que los derechos de propiedad son esenciales para el reduccionismo económico, aquella esfera donde la escasez subjetiva genera riqueza. La esfera de la riqueza crece en detrimento de lo útil, el valor de cambio se opone al valor de uso. Naredo (2015) lo clarifica:
“De
está manera la ciencia económica, al circunscribir sus análisis al
subconjunto de las cosas útiles y escasas denominadas riquezas, no
puede distinguir si una determinada ampliación de ese subconjunto
entraña realmente una ampliación del universo de lo útil”
En la economía neoclásica los derechos de propiedad son el fundamento de la asignación eficiente, es como trabaja la mano invisible, una vez otorgados, el mercado se encarga de asignarlos de forma eficiente (Pareto). La cuestión es que en ningún momento cuestionan como han sido otorgados, parten de una situación dada lo que es esencial para el mantenimiento del status quo.
Como es lógico,los que detentan los derechos de propiedad intervienen intensamente en la esfera política, presuntamente segregada de la economía y sus leyes, por que persiguen ante todo el domino de las instituciones encargadas de defenderlos y regularlos. La influencia que ejercen ha sido palpable a lo largo de toda la historia con la intención de ampliar su alcance e impedir que constituyan una base impositiva apreciable o fundamental para el estado. La mejor estrategia es controlar el estado siempre que sea posible. Además, hemos de tener en cuenta que la tierra ha sido la garantía preferente para los préstamos. Está relación ha sido fundamental para el la extensión y consolidación capitalismo financiero. No obstante, la simbiosis final entre el poder financiero y la riqueza inmobiliaria con la segunda supeditada al primero, se inicia con un enfrentamiento en la primera parte del siglo XIX. Sin embargo, cuando la riqueza inmobiliaria se traslada del campo a la ciudad, la democratización de la propiedad a través de la deuda, nace un idilio que continua hasta nuestros días.
En Inglaterra, cuna de la revolución industrial, el proceso convertir a la tierra en mercancía requirió una redistribución radical de la tierra en manos de los señores feudales, la corona y la iglesia como punto de partida (Josh Ryan-Collins et al, 2017). Sin embargo, la creación del mercado tuvo como resultado una nueva concentración de la propiedad aunque bajo un nuevo paradigma. En todo caso, la influencia de los nuevos y viejos terratenientes, ya que estos últimos no desparecieron, en el estado propiciaron políticas de búsqueda y captura de rentas económicas lo que generó, a su vez, un incremento de la concentración de poder. La expropiación de los derechos de uso tradicionales de la tierra van de la mano con la privación de los medios de producción, y de la consiguiente proletarización de la gran masa campesina en Europa. Sin embargo, no podemos obviar la importancia del proceso colonial, que Sven Beckert (2014) califica capitalismo de guerra en sus primeros estadios de desarrollo, en la que los países centrales se apropian de grandes extensiones de tierras comunales a sangre y fuego, que ponen a disposición de las clases dominantes ansiosas de rentas no ganadas.
La tierra ricardiana, como sucede con la energía, es un pre-requisito para la actividad económica. Su apropiación es esencial para entender el modo de producción capitalista. La regulación y ordenación de la tierra tiene un carácter político innegable, por esa razón, tanto la energía como la tierra no pueden ser considerados como mercancías tal como las define la economía ortodoxa. Tal como hemos explicado, el desacople de la realidad física, aunque no carente de dificultades y resistencias, resultó indispensable para el nacimiento del marginalismo, pilar de la economía neoclásica.
Después del primer paso que libera a la economía de la atadura energética, la tierra fue el último obstáculo a remover, y los neoclásicos se encargaron de esa tarea en un momento en que la ofensiva de la doctrina marxista estaba en su apogeo. La subsunción de la tierra en el capital presenta diversas dificultades, aunque hay una previa que sería la propia definición de que es capital. El factor capital en la función de producción se refiere expresado en términos de Saffra (1960) a las mercancías destinadas a producir otras mercancías, es decir, al capital físico. En términos generales, la definición de capital intenta construir el puente entre lo nominal y lo real, dicotomía a la que nos hemos referido anteriormente. Baste decir, que la imposibilidad de construir ese puente es el fracaso más grande y doloroso de la economía neoclásica, pues queda desconectando aquello que debería estar profundamente vinculado para sostener la teoría. La agregación del capital físico en unidades monetarias es imposible en los términos que sostiene la economía ortodoxa que debería existir, provocando un fallo sistémico que en otras ciencias hubieran provocado, tarde o temprano, un cambio de paradigma.
Como hemos explicado convertir la tierra en una mercancía genera la escasez subjetiva que es la manera de acrecentar la riqueza. La escasez, no la abundancia, es lo que persigue la ciencia económica, pues los mecanismos psicológicos de comportamiento en relación con los objetos valuables depende de la misma.
La tierra, sostenía Ricardo en su debate con Malthus , es fuente de rentas económicas porque el precio o renta cargado por el terrateniente o rentista no depende de las inversiones realizadas por este. Para Ricardo la plusvalía social se divide en rentas y beneficios, definida la plusvalía como la diferencia entre la producción total y los salarios. En el caso de la agricultura, los beneficios provienen de las peores tierras siendo la renta el superávit obtenido por la mejores tierras respecto de la marginales. La renta proviene del conjunto de la sociedad que revierte en el propietario sin esfuerzo. Por ejemplo, la expansión de una ciudad convierte en valiosos unos terrenos antes sin valor. El propietario no ha colaborado en la elevación de la renta que, sin embargo, disfruta por el ejercicio de los derechos de propiedad tal como están establecidos.
La renta de la tierra fue atacada tanto desde la izquierda como desde posiciones conservadoras. Smith, Mill o Henry George consideraban que la propiedad privada era un pilar de la sociedad liberal y, al mismo tiempo que las rentas económicas eran contrarias a la justicia social (Josh Ryan-Collins et al, 2017) . La forma de resolver el dilema era arrebatar las rentas obtenidas sin esfuerzo mediante los impuestos. John Stuart Mill lo defendía de la siguiente forma:
Supongamos que hay un tipo de renta la cual tiende constantemente a aumentar, sin ningún esfuerzo o sacrificio por parte de los propietarios: esos propietarios constituyen una clase en la comunidad, a quienes el curso natural de las cosas enriquece progresivamente en consonancia con una completa pasividad por su parte. En tal caso, no sería una violación de los principios sobre los cuales la propiedad privada está fundamentada, si el estado se apropiara del incremento de riqueza, o parte de él, cuando se manifiesta. Esto no sería arrebatar algo a alguien; sería emplear el aumento de la riqueza, creada por las circunstancias, en beneficio de la sociedad, en lugar de permitir que se convierta en un apéndice de riquezas de una única clase.
En definitiva nos propone gravar lo que menos queremos, la renta no ganada, en contraposición con lo que genera valor, trabajo y capital (Tax bads no goods). Las propuestas de John Stuart Mill se considerarían en la actualidad radicales, tanto como las “Land Value Tax” de Henry George.
Hoy
nos puede sorprender, pero hasta la Primera Guerra Mundial este
debate era, utilizando una denominación moderna, transversal. Las
palabras de Wiston Churchill en 1909 ante la Camara de los Comunes
así lo atestiguan.
Se
construyen carreteras, se hacen
calles, se mejoran los servicios, la luz eléctrica convierte la
noche en día, el agua es traída
desde embalses a
cien millas en las montañas, y todo
el tiempo el terrateniente permanece
inactivo. Cada una de esas mejoras se efectúa por la mano de obra y
el coste de otras personas y los
contribuyentes. A ninguna de esas mejoras contribuye el monopolista
de la tierra, como monopolista de la tierra, y sin embargo, con
cada una de
ellas se aumenta el valor de su tierra. No presta ningún servicio a
la comunidad, no contribuye al bienestar general, no aporta nada al
proceso del cual se deriva su propio enriquecimiento.
Por todo ello, incluir la tierra en el factor capital mediante la magia del valor de cambio permite, aparentemente, tener una sustancia homogénea que pueda ser tratada como la masa en la física. Este paso tuvo una enorme transcendencia para el programa neoclásico cuya premisa era hacer desaparecer la noción de renta económica o no ganada.
Sin embargo, una revisión del concepto de capital, dejando de lado los problemas de agregación comentados, descartaría de raíz la posibilidad de su inclusión, puesto que la tierra ricardiana no puede ser producida y no se deprecia, características esenciales de cualquier mercancía. En la práctica, tiene un comportamiento diametralmente opuesto al capital físico (factor de producción), la renta de la tierra tiende a crecer (apreciarse).
Otra cuestión con la que choca frontalmente el intento de enterrar el problema es de la sustituibilidad de factores en el largo plazo. La critica de Sraffa (1926) muestra perfectamente el sentido como se orientó la teoría marginalista, cogiendo una idea clásica respecto de la distribución del ingreso, como es la ley de los rendimiento marginales decrecientes para convertirla en fundamento de la teoría del precio. Como se ha explicado, la renta de la tierra debatida entre Malthus y Ricardo es fruto de las diferentes cualidades de la misma no de la existencia de factores de producción fijos y variables. Como explica Keen (2011):
Sraffa
sostenía que la teoría neoclásica de la productividad marginal
decreciente se fundamentaba en una aplicación inapropiada de este
concepto en el contexto de su modelo de una economía competitiva,
donde el modelo asumía que todas las empresas eran tan pequeñas en
relación con el mercado que no podían influir en el precio de su
mercancía, y que los factores de producción eran homogéneos. En el
modelo neoclásico, por lo tanto, la caída de calidad de los inputs
no puede explicar la productividad marginal decreciente. En lugar de
esto, la productividad solo puede caer porque la razón entre los
factores variables de producción y los fijos excede de algún nivel
optimo.
La
cuestión planteada es: ¿cuándo es valido considerar un factor de
producción -digamos, la tierra- como fijo?. Sraffa dijo que era un
supuesto válido cuando definamos a las industrias de forma muy
amplia, pero que en ese caso contradecía el supuesto que demanda y
oferta eran independientes.
Efectivamente la teoría se fundamenta no solo en la existencia de una productividad marginal decreciente, sino en la independencia de oferta y demanda, lo que implica la proposición falsa que el aumento de la oferta en un mercado (definido ampliamente) no cambia la distribución del ingreso. Sin embargo, al cambiar la distribución del ingreso no podemos dibujar una única curva de demanda (el citado teorema de Sonnenschein-Mantel-Debreu) sino que habrá una curva de demanda diferente para punto de la curva de oferta de la industria. Sraffa (1926):
Si
la producción de una mercancía específica utiliza una parte
considerable de un factor, la cantidad total del cual es fijo o solo
puede ser incrementado a un coste más que proporcional, un pequeño
aumento en la producción de la mercancía necesitará una
utilización más intensa de ese factor, y esto afectará de la misma
forma al coste de la mercancía en cuestión y al coste de las otras
mercancías en cuya producción entre dicho factor; y como quiera que
la producción de mercancías en las cuales se sustituye, hasta
cierto punto, un factor común especial de producción por otro es
frecuente, la modificación en su precio no resultará sin
apreciables efectos sobre la demanda en la industria afectada.
La importante y seminal critica de Sraffa a la teoría marginalista es crucial. De acuerdo con el análisis microeconómico estándar se deberá alcanzar en el largo plazo un equilibrio en el cual el coste medio debe ser igual al coste marginal. Sin embargo, Sraffa nos dice que los costes son generalmente constantes, un aumento de la producción del 20% implica un aumento de los inputs en esa misma cantidad, lo que significa que el coste medio está por encima del coste marginal, por lo tanto, si fijamos el precio en el coste marginal incurrimos en pérdidas.
Para
los neoclásicos, la tierra como factor fijo (considerada como un
bien de capital) en el corto plazo, limita el resto de factores cuya
productividad a partir de un determinado punto de saturación empieza
a disminuir lo que es una de las condiciones necesarias para aplicar
el marginalismo como hemos comentado al inicio de está entrada.
Conclusiones
En está entrada se ha puesto de manifiesto la impostura que se esconde tras el velo que la economía ortodoxa ha extendido sobre las rentas económicas. Como ocurre con otras cuestiones, se evita persigue evitar el debate político o sofocarlo desviándolo hacia las pretendidas leyes inmutable de la economía. Determinados objetivos se nos presentan como inalcanzables, cualquier pretensión de alterar esas leyes “inhumanas” será castigadas por su aplicación inexorable
Varufakis (2011) en su libro el Minotauro Global dedica una parte del mismo a lo que llama “El secreto de Condorcet en la era del Capital” que explica de la siguiente forma:
“Condorcet
propuso que «la fuerza, como la opinión, no puede durar mucho
tiempo a menos que el tirano extienda su imperio tan lejos como para
esconderse de la gente, a la que él divide y gobierna, el secreto de
que el poder real no reside en los opresores, sino en los oprimidos».
Los «grilletes forjados por la mente», como los llamaba William
Blake, son tan reales como los forjados a mano.”
La economía neoclásica ha forjado unos poderosos grilletes o prisiones mentales de las que resulta arduo o imposible salir. Pero la magia de hacer desaparecer las rentas económicas es, y lo digo con pesar, una de sus mayores hazañas. Los rentistas saben que aparecer como contribuyentes imprescindibles del progreso sirve para evitar debates incómodos sobre, por ejemplo, la desigualdad en la riqueza, porque finalmente todo el mundo obtiene la parte del pastel que se ha ganado.
Las relaciones de poder en el sistema de producción capitalista crean de forma sostenida y creciente desigualdades económicas y políticas. El conocimiento extendido de manipulaciones del mercado o la competencia, ya sea en forma de captura regulatoria o de simple corrupción política, no hacen mella en el núcleo esencial de la argumentación que permite modelar un mundo de fantasía a imagen de unos axiomas y principios que está acabando con el mundo real que sostiene, entre otras muchas, la vida de los seres humanos.
La tierra ha ayudado a forjar nuestra realidad económica y política de una forma mucho más importante de la que podemos percibir. La tierra subyace de forma silenciosa en los principales problemas que se nos presentan en la actualidad; burbujas financieras a través de la especulación y la inflación de activos inmobiliarios, acceso a la vivienda y los servicios asociados de forma digna, acaparamiento de tierras agrícolas para servir a sociedades insaciables en cuanto a recursos que despilfarran, destrucción y extinción de las especies que la habitan, etc.