“If your house is on
fire, you don’t look to put in a new smoke alarm, you call the fire
brigade. Unfortunately there is
not yet the acceptance that the house is on fire.”
“Si tu casa se quema,
no buscas poner una nueva alarma de humos, llamas a los bomberos.
Desafortunadamente no existe todavía la aceptación de que la casa
se quema”
Leí esta frase en un
documento de economía ecológica y me pareció una descripción
adecuada de nuestra realidad porque siempre el primer paso es darte
cuenta del problema que tienes. Ante una casa en llamas puedes optar
por seguir el refrán y calentarte o, intentar apagar el fuego y
salvar lo máximo posible.
Ultima Llamada y la Gran
Transformación
Recientemente se publicó
el manifiesto “Ultima llamada” donde se busca dar un toque de
atención para que la opinión pública tome conciencia del problema
que debe ser enfrentado con determinación y sin más demora.
Desde la asociación
“Autonomía y Bienvivir” hemos querido contribuir al esfuerzo de
divulgación mediante una propuesta para la “Gran Transformación”
que ha sido publicado en el popular blog que dirige Antonio Turiel
“The Crash Oil”.
Sobre la base de la
citada propuesta y, a título individual, pero siguiendo el espíritu
que la anima he redactado esta entrada para profundizar en un debate
necesario, centrándome en temas de carácter metodológico por lo
que se refiere al diseño de políticas económicas encaminadas a la
transformación propuesta.
Escala óptima
Daly y Farley (2004)
proponen un serie de principios de diseño para políticas que
permitan pasar de una economía que fracasa en el crecimiento a una
economía que reconoce su escala óptima como una subesfera de la
biosfera.
La economía ecológica
impone que en primer lugar se debe determinar, aunque sería mejor
utilizar tantear, la escala óptima de la economía. Ello requiere
como primer paso, reconocer que el crecimiento económico medido como
actividad bruta en términos de PIB se realiza a costa de la
naturaleza y, que tiene, en consecuencia, un coste de oportunidad. Si
somos capaces de entenderlo, automáticamente debe existir una regla
de cuando parar, ya que más allá de ese punto el crecimiento es
antieconómico (los costes superan a los beneficios). Daly (2007)
describe esa regla de la siguiente forma:
“Nuestra política
sería parar de crecer cuando los costes marginales igualan a los
beneficios marginales. O si quisiéramos mantener el esquema de
cuentas nacionales de partida única, podríamos adoptar el concepto
de renta del economista, premiado con el Nobel, J.R. Hicks; es decir,
la máxima cantidad que una comunidad puede consumir en un año, y
ser todavía capaz de producir y consumir la misma cantidad el año
siguiente. En otras palabras, la renta es la máxima cantidad que se
puede producir manteniendo la capacidad productiva (capital) intacta.
Cualquier consumo de capital, hecho por el hombre o natural, debe ser
sustraído en el cálculo de la renta”.
Resulta fácil ver a que
problemas nos enfrentamos si queremos alcanzar esa escala óptima. En
primer lugar, para postular la existencia de un mundo lleno es
suficiente que algunos límites se alcancen. La Ley del mínimo deLiebig nos ilustra perfectamente la situación. Se suele decir que
una cadena es tan fuerte como su eslabón más débil. En realidad,
los factores limitantes también pueden ser por exceso, en un
ecosistema se puede producir una alteración grave no sólo por la
escasez, por ejemplo, de un determinado nutriente, sino también por
haber una cantidad excesiva. Desde un punto de vista de un sistema
termodinámico cerrado, sin intercambio de materia apreciable con su
entorno y un flujo de energía constante, el factor limitante puede
ser la escasez de exergía por agotamiento de ciertas fuentes no
renovables o, el exceso de residuos que no pueden ser reciclados por
el capital natural del que disponemos al ritmo que los generamos. No
obstante, no conocemos todos los límites ni como se interrelacionan
los diferentes elementos del sistema, donde el todo es mucho más que
la suma de sus partes.
En segundo lugar, no
estamos ante un lienzo en blanco donde, como en un laboratorio,
podamos tantear y experimentar las mejores soluciones. Tenemos unas
estructuras sociales complejas y unas instituciones que se deben
adaptar a situaciones para las que no fueron creadas. La idea de que
el mundo debe ser administrado como una nave espacial resulta absurda
para la mayor parte de la gente. El crecimiento del producto es el
credo mayoritario y, los recursos siempre van a estar ahí, aunque
algunos se agoten otros nuevos tomarán el relevo. Hemos depositado
una fe ciega en la capacidad del mercado para asignar eficientemente.
Esa fe nos la ha proporcionado la ciencia económica que diseña fabulas que nos explican como a través de la oferta y la
demanda podemos alcanzar una asignación eficiente. Se nos explica que es posible que el
mundo real no sea como las fábulas, pero estas contienen los
elementos esenciales para que el sistema funcione, sólo causas
exógenas pueden alterar el equilibrio que le es innato. Además no
debemos preocuparnos, pues si dejamos actuar libremente al mercado el
equilibrio retorna por si mismo.
Sin embargo, esas fábulas
nada tienen que ver con la realidad y, los desequilibrios no son
fruto de causas exógenas, sino que el propio sistema. Baste
mencionar el reciente Best-seller "Le Capital au XXIe siècle" de Thomas Piketty sobre la
desigualdad para darse cuenta de alguno de esos desequilibrios
estructurales.
Centrándonos en los
recursos se plantea un grave problema que se ha descrito en el
Programa para una Gran Transformación:
“El paradigma
neoclásico afronta la gestión de los recursos desde el punto de
vista del mercado como asignador eficiente. Sin embargo, es bien
conocida la existencia de los fallos de mercado, por ejemplo, un
monopolio natural debido a las altas barreras de entrada es un caso
arquetípico de supresión de la competencia. Pero existen más
fallos de mercado que afectan de forma crucial a la gestión de los
recursos naturales. Se considera que existe un fallo de mercado
cuando no existen instituciones que establezcan, definan e impongan
derechos de propiedad o por sus características no haya la
competencia que requiere el mercado. El mercado necesita derechos de
propiedad bien definidos y que los bienes sean rivales, que el
consumo o uso por parte de alguien excluya su consumo o uso por parte
del resto, es lo que se define como rivalidad. Ninguno de los
recursos naturales cumple con ambas condiciones, y además existe el
factor temporal, que empeora la situación al considerar a las
generaciones futuras. El ejemplo típico de la falta de definición
de los derechos de propiedad es la “tragedia de los comunes”
aunque los “commons” eran una propiedad colectiva perfectamente
regulada, totalmente alejada de cualquier “tragedia”. En
realidad, se refiere a los recursos con libre acceso, por ejemplo la
pesca, donde no existen instituciones que puedan imponer unos
derechos de propiedad definidos. La tragedia significa que las
decisiones individuales basadas en el propio provecho no producen el
bien común, sino todo lo contrario.
Es importante destacar
lo que ocurre cuando existe un conflicto entre los mercados y los
bienes públicos, aquellos en los que no puede haber exclusión y no
son rivales. Siguiendo un ejemplo de Daly y Farley (2004)
consideremos la situación en la que aparceros brasileños son
expulsados de las tierras donde trabajan en productos para el mercado
local por el terrateniente, que piensa dedicar sus tierras a la
explotación de un producto como la soja destinado al mercado
internacional y que es altamente mecanizable. La mejor opción
disponible es convertirse en colonos en la Amazonía, donde talarán
un trozo de tierra, vendiendo la madera y, posteriormente, se
dedicarán a su explotación agrícola. Ambas actividades son de
mercado y pueden ser cuantificadas por su valor monetario y
descontadas a su valor actual. Sin embargo, los servicios producidos
por la selva amazónica a nivel, local, regional y global, son bienes
públicos sin mercado, no tiene valoración. Existen intentos de
cuantificación, sin embargo, son vanos pues el valor asignado
depende de nuestros conocimientos limitados y, lo que es peor, son
una función no-lineal que depende de cuantos sean los desplazados
para calcular su impacto. Desconocemos el punto a partir del cual las
consecuencias pasan a ser catastróficas, sólo podemos saberlo en
retrospectiva. Desde el punto de vista del colono su comportamiento
vendiendo la madera y cultivando la tierra es completamente
consistente con un comportamiento económico estándar. Desde el
punto de vista global, las pérdidas, aunque no cuantificadas,
superan con mucho el beneficio individual, pero no hay mecanismos que
permitan la compensación. El choque de los bienes públicos con el
mercado nos conduce a una situación de empobrecimiento por
destrucción del capital natural. Desde el punto de vista económico
se reflejará en un aumento del PIB.”
Cuando el mercado intenta
gestionar bienes que no cumplen con los requisitos necesarios su
papel es, cuanto menos, mediocre. Si se trata de bienes públicos,
simplemente no juega ningún papel, por escasos que sean el mercado
no nos alertará y el teórico mecanismo de sustitución no actuará.
En este blog se ha
comentado de forma reiterada que el fundamento último de la iglesia
del crecimiento es el postulado de la sustituibilidad casi perfecta
entre capital natural y capital hecho por el hombre y, se ha
explicado que no se sostiene. En definitiva, la producción tal como
la entiende el paradigma neoclásico sólo es posible en el Jardín del Edén.
Principios para el diseño
Daly y Farley parten
requisitos filosóficos previos para que los principios puedan
funcionar:
- Existen alternativas
reales (no-determinismo)
- Hay estados del mundo
que son mejores que otros (no-nihilismo)
Comentar que el primer
requisito no suele ser aceptado, el imperialismo económico ha creado
la sensación que no existen alternativas, tal como explicitaba la
celebre frase de Margaret Thatcher: “There is not alternative”.
Además, el principio hedónico sobre el que se basa toda la
construcción neoclásica de la utilidad también puede ser resumido
por otra celebre frase de la política británica: “There is not
such thing as society”. Tal vez, este último es el que más
firmemente está fijado en las ideas de la mayoría cuando se habla
de economía como un mundo habitado por homos economicus en que el la
persecución del interés propio trae, necesariamente, el bien común.
Los seis principios que
proponen son los siguientes:
1- La política económica
tiene siempre más de un objetivo. Cada objetivo político
independiente se requiere un instrumento de política independiente.
La concepción de este
principio corresponde al primer Premio en Economía del Banco de Suecia en
memoria de Alfred Nobel Jan Tinbergen. Por ejemplo, si aumentas
mediante un impuesto el precio de la energía, para manifestar la escasez que el mercado no consigue reflejar debido a los fallos
de mercado, perjudicas a los más pobres. Si quiere reducir el
consumo de energía en busca de una mayor eficiencia y racionalidad
en su uso, no lo puedes utilizar para reducir la pobreza. Para eso se
puede utilizar un instrumento como Renta Básica.
El primer instrumento
está encaminado a determinar la escala, el segundo la distribución.
Una vez establecida la escala y la distribución es posible llevara a
cabo la asignación. En el caso que se cumplan los requisitos de
rivalidad y exclusión el mercado ejerce su magia.
La economía ecológica,
en contraste con la economía tradicional, tiene una jerarquía de
prioridades radicalmente diferente. Primero la escala, después la
distribución y, finalmente la asignación. Las primeras requieren
macro-asignación, la última micro-asignación como explicaremos a
continuación.
De este primer principio
se deriva que cada unos de estos grandes objetivos requerirá
instrumentos independientes para su consecución.
2- Las políticas deben
luchar por conseguir el debido grado de macro-control con el mínimo
sacrifico de libertad en el nivel micro y permitir la máxima
variabilidad.
Por ejemplo, se puede
establecer un tope máximo de emisiones per cápita pero no todo el
mundo emita el promedio calculado, siempre que el máximo no se
sobrepase. Los mercados pueden proveer esa capacidad a nivel micro
pero son totalmente incapaces de proporcionar macro-control.
Existen diseños de
programas “cap and trade” o “cap and share” muy interesantes
que proveen los incentivos necesarios para establecer un limite y
proporcionar la medidas de gestión. Por ejemplo, el programa TEQs
(Tradable Energy Quotas) es uno de ellos donde se combina la
macro-asignación con la micro-libertad y variabilidad, en este
enlace the Oil Crash se explica su funcionamiento.
3- Las políticas deben
tener un margen de error cuando traten con el entorno biofísico.
Ya hemos comentado
nuestro desconocimiento, que es en parte accidental y en parte
esencial, de nuestro entorno biofísico. Por esa causa, los margenes
de error deberían ser grandes entre nuestras mejores estimaciones de
capacidad y nuestra demanda a los sistemas que sostiene la vida. Hay
un problema crucial que pocas veces se tiene en cuenta y es que la
reducción de los margenes de error van en detrimento de la
democracia y de las libertades individuales y colectivas. Los
sistemas que funcionan en sus límites sin margen de error requieren
unos sistemas de orden y disciplina incompatibles con cualquier
sistema democrático. La reducción del espacio de decisión
democrático es algo que todos hemos podido experimentar. La
globalización supone, entre otras cosas, buscar el crecimiento a
través de la explotación de los flujos que proporcionan los bienes
públicos de libre acceso, la conocida como Tragedia de los Comunes,
supone una merma constante de la democracia, el trilema de Dani
Rodrik es un reflejo de esa cuestión.
4- Las políticas deben
reconocer las condiciones iniciales desde las que partimos
Aunque este principio
pueda generar gran controversia, existe un hecho incontrovertible,
existe un punto de partida que queremos transformar. Hacerlo mediante
reformas o de forma revolucionaria es un debate que siempre existirá.
El gradualismo parece la manera más innocua de afrontar
las situaciones sin levantar excesivas ampollas. Pero debe
reconocerse que en la práctica gradualismo se convierte en un
eufemismo para no hacer nada.
En el actual sistema
capitalista existen dos instituciones que se erigen por encima de
cualquier otra, el sistema denominado de mercado y la propiedad
privada. Estas instituciones conviven con la propiedad pública y la
regulación gubernamental, una convivencia en ocasiones difícil e
inestable. Todos los países democráticos consideran límites a las
instituciones capitalistas fundamentales, aunque hay quien opina que
la única labor del Estado no es limitarlas sino protegerlas ya que
cualquier interferencia perturba ese equilibrio quimérico que se
convierte en una distopía, al menos para la inmensa mayoría de la
población.
Si realmente es posible
englobar estas instituciones en una economía en estado estacionario
está por ver, pero hay muchos países que al menos nominalmente
tienen establecidos límites y en otros, donde esos límites se han
ejercido con mayor o menos intensidad.
5- Las políticas se
deben poder adaptar las condiciones cambiantes.
Si tenemos en cuenta lo
expresado en el tercer principio y, dada la variabilidad que es
propia de los sistemas complejos, este principio se podría
considerar como su corolario lógico.
Además, huelga decir que
la aplicación de principios teóricos que funcionan bien sobre el
papel fracasan en la realidad simplemente porque muta o, porque los
efectos colaterales que se han despreciado son realmente importantes.
6- Las unidades de
decisión de la política económica deben ser congruentes con el
dominio de causas y efectos que tiene por objetivo.
Desde mi personal punto
de vista, este es el meollo de la cuestión. Aquí convergen todos lo
debates que cualquiera de los anteriores principios plantea.
Daly y Farley proponen el
conocido principio de subsidiaridad, es decir, los problemas deben
ser tratados por la unidad de decisión más pequeña que incluya el
dominio de causas y efectos. O en otras palabras, los problemas deben
ser tratados por instituciones cuyo dominio de decisión coincida o
más se aproxime a la escala del problema.
Parece claro que lo ideal
sería tener instituciones que lidiaran con los problemas que se
presentan en su dominio. No obstante, hemos reiterado la complejidad
del sistema, sus interacciones y su dinamismo. En cuanto intentamos
delimitar es probable que efectos colaterales de problemas locales
tengan ramificaciones regionales o globales. La recogida de basuras y
residuos puede ser en principio un problema local hasta un cierto
punto, ya que determinados contaminantes tienen efectos más allá
del ámbito de decisión local.
En cualquier debate que
nos planteemos el problema del ámbito de decisión surge por doquier
y, las discusiones acaban girando sobre la imposibilidad de implantar
políticas excepto que tengan un alcance más amplio ya que existe un
efecto “free-raider” lo que nosotros hacemos otros lo deshacen o
se aprovechan sin ningún sacrificio. ¿Cómo vamos a implantar
determinadas políticas de ahorro si nuestro ahorro significa una
menor demanda que otros llenarán consumiendo lo que dejamos de
consumir?.
Nadie puede negar que los
retos son enormes, que el sólo paso de reconocer la necesidad de una
escala óptima y la existencia de un crecimiento anti-económico
resulta extremadamente difícil.
No obstante, el acuerdo
en los principios que permitan diseñar y proponer políticas
efectivas para la transformación es imprescindible.
Objetivos y jerarquía
Para la economía
ecológica existen tres objetivos básicos que tienen una jerarquía.
1. Tantear la escala
óptima, sostenible en el sentido de la renta de Hicks.
Indudablemente sería estupendo tener un modelo dinámico que nos
permitiera determinar la escala óptima, pero eso sería una distopía
y impediría la adopción cualquier medida.
2. Aplicar la justicia
distributiva, que es una cuestión puramente normativa, alejada de
cualquier regla pretendidamente objetiva. Además, en un mundo sin
crecimiento del producto no se puede “vender” el crecimiento como
el bálsamo de Fierabras que todo lo cura. El empeño en el
crecimiento y el “trickle down” es de carácter puramente
ideológico. Incluso dentro del propio paradigma existe un
resquebrajamiento creciente que solicita medidas cuasi
revolucionarias para establecer un máximo de desigualdad sopena de
acabar con el propio sistema.
3. La asignación que con
las restricciones impuestas por la escala óptima, macro-asignación,
y la distribución actuaría a través del mercado. Sólo en ese
momento, a diferencia del paradigma vigente, es posible una
asignación eficiente, en el sentido de sostenible. Sería una
economía que reduce el flujo de transformación y máximiza la
conservación del capital hecho por hombre y del capital natural, que
considera como complementarios.
El problema de la escala
consiste en primer lugar en determinar que recursos son escasos y por
ende valiosos por lo deben ser conservados. Quienes los poseen y como
se reparten es una cuestión de distribución que no sólo afecta a
las generaciones presentes sino también a las futuras. Los sistemas
de “cap and trade” pueden ser instrumentos válidos y adaptables
para esas políticas.
En realidad, el objetivo
de estos sistemas es hacer que bienes y servicios que no cumplen con
la condiciones para ser de mercado (rivalidad y exclusión) se
conviertan en bienes de mercado, pero donde previamente se ha
establecido una escala (cap) y una distribución ya que se asignan
derechos de forma justa sin tener en cuenta la distribución previa
de la riqueza. Sin embargo, no siempre es posible convertir todos los
bienes y servicios en algo tratable por el mercado lo que nos
obligará a soluciones diferentes.
En este punto, debe
hacerse una precisión importante. Suponiendo que existe una
asignación paretiana óptima si cambiamos la distribución de
riqueza quedará automáticamente alterada. No podemos establecer un
límite o alterar la distribución de riqueza (asignando derechos de
propiedad a bienes que hasta ahora no tenían valor de intercambio)
sobre la base de los precios relativos que corresponden a otra
distribución de riqueza. Eso implica un razonamiento circular,
porque los precios pasan a depender de la escala y la distribución.
Primero, se debe
determinar la escala mediante la imposición de restricciones
cuantitativas, si un bien es libre no tiene sentido su distribución.
Posteriormente la distribución de esa riqueza, en forma de capital
natural, que pertenece a todos los seres humanos y finalmente la
asignación eficiente que corresponde a los mercados en aquellos
bienes a los que se pueda aplicar su lógica. Como los precios
obtenidos tienen en cuenta la escala y la distribución serán
sostenibles.
Es cierto, que la mera
asignación de ciertos derechos sobre bienes o servicios no son de
mercado muy posiblemente no sea suficiente para limitar la
desigualdad que en una economía en estado estacionario requiere que
se mantenga dentro de un cierto rango. Esto no es en absoluto una
idea radical, hemos de pensar que en el período posterior a la SGM,
en los países donde menos desigualdad había, existían y, en muchos
caso, existen elevados impuestos sobre las rentas (reales no
nominales), lo que contribuía grandemente a su desarrollo.
Los límites
cuantitativos y los criterios de distribución son elecciones
normativas que debería reflejar los valores de justicia social y
sostenibilidad. Apuntar que son igual de normativas como el
compromiso del paradigma neoclásico con la propiedad privada o la
optimalidad de Pareto.
El hecho distintivo
principal del paradigma neoclásico es el hedonismo y el
individualismo como criterios rectores. Cabe mencionar que está
postura tan separada de la realidad social comporta unos problemas
insolubles en forma de falacias de agregación. Esto no es una mera
opinión, sino una constatación que se deriva de las propias
hipótesis que utilizan para la construcción de sus modelos. En este
caso, han sido los propios economistas neoclásicos los que han
demostrado esa inconsistencia, aunque no han sacado o no han querido
sacar las conclusiones que de ello se derivan supongo que a la espera
de un nuevo paradigma (Khun).
Pero volvamos al problema
de la escala que hemos considerado el primordial. La cuestión que se
nos plantea es la forma más efectiva para imponer los límites
necesarios. En el lado de los recursos de baja entropía o en el
control de los residuos de alta entropía. Si desechamos la idea
neoclásica de describir a un ser vivo sin boca ni ano ¿Cómo podemos
controlar mejor su tamaño?.
En el caso del ser vivo
la respuesta parece obvia, también en el caso de la escala de la
economía, ya que los lugares donde se extraen y explotan los
recursos son mucho más fáciles de controlar que el vertido de
residuos, es un simple problema de extensión. No obstante, debemos
apuntar a que no todos los procesos de transformación tienen el
mismo impacto en contaminantes aún utilizando recursos similares, la
tecnología no es neutra, todo lo contrario. Por eso, en determinados
casos puede ser necesario un control adicional del otro extremo de la
transformación, los residuos.
En todo caso, en
aplicación del primer principio de la termodinámica, la reducción
del flujo de entrada se ha de traducir en una reducción del flujo de
salida en forma de residuos de alta entropía.
Límites cuantitativos y
precios
Pero como establecemos el
límite ¿a través de los precios o limitando las cantidades?.
Parece que si tenemos un curva de demanda que hace corresponder
precios con cantidades fijando cualquiera de ellas estamos
determinado la otra magnitud.
Por ejemplo, mediante
impuestos podemos aumentar el precio de forma que el mercado nos
determinará la cantidad de equilibrio para ese nuevo precio. Sólo
hemos de determinar cual es el precio para la cantidad límite que es
nuestro objetivo. También podríamos fijar la cantidad límite y
dejar que el mercado estableciera el precio. Está claro que lo
primero que necesitaríamos es conocer cual es la curva de demanda y
eso parece fuera de nuestro alcance. No sólo es un problema de
incertidumbre sino que si imaginamos una curva de demanda como la de
los libros de texto con pendiente negativa (si aumenta el precio
disminuye la cantidad), tenemos que revisar nuestras bases teóricas.
Sólo es posible obtener una curva de demanda agregada de tal forma
(pendiente negativa) bajo condiciones tan restrictivas e irreales que
no son de ninguna utilidad (teorema de Sonnenschein-Mantel-Debreu).
La condición se resume en que haya un solo consumidor (un agente
representativo) que ante aumentos de su renta mantenga constantes sus
hábitos de consumo, de está manera tan increíble se salva la
falacia de composición que aqueja a la curva de demanda agregada.
La economía ecológica
aboga por la fijación de la cantidad mediante cuotas que es en
realidad la magnitud física que determina la escala, no el precio.
El paradigma neoclásico
afronta el problema, cuando lo hace, de una forma radicalmente
distinta ya que postula que no existe complejidad (información
perfecta sin costes de transacción) siendo, en consecuencia, capaz
de medir las externalidades, a las que reduce el problema para una
correcta asignación. En consecuencia, la correcta asignación se
puede alcanzar mediante impuestos que internalizan los costes y, de
esta manera, se ponen en funcionamiento los mecanismos de sustitución
que estaban inhabilitados por los fallos de mercado. El siguiente
enlace del Fondo Monetario Internacional es un fiel reflejo de está
aproximación en el que no se renuncia al crecimiento ilimitado
mediante el cambio tecnológico, al que estos impuestos ayudan a
través de revelar escaseces que el mercado por si mismo no refleja.
Sin embargo, más allá de otras consideraciones, una economía en
crecimiento requiere necesariamente un continuo manejo de los precios
relativos a través de los impuestos. En contraste, la fijación de
cuotas hace que la oferta sea infinitamente inelástica, sin que
pueda haber un aumento simultáneo de precios y de consumo, sólo de
precios. Se trata, por lo tanto, de un sistema más directo y
transparente.
Sin duda, problemática será
la distribución de la propiedad de los nuevos activos que hemos
convertido en escasos o, en relativamente más escasos. Mientras que
los derechos de propiedad de la mayoría de recursos están
asignados, no ocurre igual con los servicios que proporciona el
capital natural, como la capacidad de absorción de residuos. En
términos generales, podemos considerar que las fuentes de recursos
ya tienen derechos de propiedad asignados y los vertederos de los
residuos no. Controlar el flujo de recursos tiene mucho más impacto
en los derechos de propiedad que controlar los vertederos. Si
queremos minimizar el impacto tal como establece el cuarto principio,
las actuaciones se encaminan hacia el control de los residuos. Sin
embargo, controlar los residuos es lo mismo que hacer una presa en el
punto más ancho del río.
Pero hemos de tener en
cuenta que existen diferentes sistemas de propiedad privada. Por
ejemplo, en España la propiedad de un terreno donde existe un
recurso en el subsuelo no pertenece la propietario, aunque le son
reconocidos ciertos derechos. En definitiva, aunque hablemos a nivel
global de propiedad como un derecho monolítico, se trata en realidad
de un conjunto de derechos. En todo caso, limitar el ritmo de
explotación de un recurso no renovable no significa que el
propietario no tenga derecho a la retribución que le corresponde por
su cuota, sólo se le ha expropiado el derecho a decidir el ritmo de
explotación. De hecho, existen multitud de regulaciones estatales
existentes que limitan la propiedad privada. Aunque algunos
consideren que en lo suyo pueden hacer lo que quieran eso no es
cierto ni siquiera en los Estados más liberales.
Lo que es cierto, es que
hasta al fecha las tímidas política implantadas, son mayormente
indicativas e intentan construir la presa en la parte más ancha del
río.
Señalar que las
políticas encaminadas al encarecimiento de determinados productos
energéticos, como la propuesta como el FMI a través de impuestos, o
mediante derechos de emisión sólo son compatibles con el
crecimiento si es cierta la hipótesis de la sustituibilidad. Si el
capital natural es complementario del capital hecho por el hombre,
como creen los economistas ecológicos y creo que ha sido desmostado
más allá de toda duda (Jardín del Edén) la limitación del
capital natural significará una limitación del capital hecho por el
hombre. Esto también es una explicación de porque las propuestas
significan una claudicación del paradigma neoclásico, al requerir a
un regulador externo, es decir, un planificador omnisciente que
solucione el problema de los bajos precios relativos. Añadir, que la
raíz del problema es que el precio del recurso no renovable, como el
petroleo, no informa sobre la escasez de las reservas finitas sino de
la capacidad de extracción que está directamente vinculada y al
tipo de descuento aplicado como se explica en otro fragmento del
“Programa para una gran Transformación” en su apartado de
gestión prudente de los recursos:
Las asunciones básicas
del paradigma neoclásico son: maximización del interés propio; y
el criterio de Pareto como un sistema “objetivo” de asignación.
Con esas premisas los intereses de generaciones futuras se tratan con
el instrumento del descuento de flujos para obtener el valor neto
actual y realizar las comparaciones pertinentes con las alternativas.
La citada operación tiene un sesgo contrario a cualquier criterio de
sostenibilidad, cuanto más alto el tipo de descuento peor, en el
sentido de la renta de Hicks antes citada. El descuento valora
sistemáticamente los beneficios y costes futuros menos que los
presentes. 1.000 € ahora tienen un valor mayor que 1.000 € en el
futuro, cuando más lejano sea el futuro menor será su valor
presente. La razón es que hay un coste de oportunidad, puedo
invertir 1.000 € ahora con una cierta rentabilidad. Este criterio
del descuento es el que subyace en la regla de Hotelling, no
confundir con la ley de mismo autor, que concluye que en competencia
perfecta el precio de los recursos no renovables debe aumentar
acompasadamente con el tipo de interés de mercado en cada momento.
Sin embargo, los
precios de los combustibles fósiles no muestran el citado
comportamiento. En el caso del petróleo, la serie histórica
muestra, en el largo plazo, una gran estabilidad a precios
constantes. En primer lugar, los mercados de los combustibles fósiles
están lejos de ser un mercado en competencia perfecta. En segundo
lugar, los precios no reflejan la escasez de los recursos en su
estado natural, sino la escasez o abundancia de lo que hemos extraído
que depende de nuestra capacidad de extracción. Como se suele
afirmar respecto al crudo, lo relevante no es el tamaño del barril
sino del grifo. Si tenemos un precio relativamente bajo del recurso
se incrementará su ritmo de extracción, pues la lógica económica
nos indica que la mejor opción es venderlo e invertir el beneficio
obtenido en las alternativas con mayor rendimiento. Además el precio
bajo rompe el estímulo de la sustitución, mediante el uso de
tecnologías alternativas y, por el contrario fomenta las actividades
complementarias, lo que abunda en el agotamiento del recurso.
De lo anterior deducimos
que es más efectivo limitar la cantidad en la fuente, pero
tropezamos con el problema de los derechos de propiedad previamente
asignados. Por otro lado, la utilización de sistemas “cap and
trade” o “cap and share” parecen más efectivos que los
sistemas impositivos para establecer un límite efectivo al flujo de
recursos. No obstante, los impuestos tienen una enorme ventaja
siguiendo el principio 4, los sistemas fiscales y sus
correspondientes instituciones están mucho más desarrolladas y
permiten una implantación más rápida en una primera etapa.
Resdistribución
La actual distribución
de riqueza, es decir, de los derechos de propiedad es la cuestión
más delicada que se debe afrontar en un mundo que se define como
sostenible y, por lo tanto, tiene en cuenta a las futuras
generaciones. Si pretendemos una redistribución, ya sea creando
nuevos activos valiosos, ya sea limitando los derechos de propiedad
existentes estamos cuestionando el punto de partida. Sin embargo, no
nos llevemos a engaño, porque una de las funciones esenciales de la
política es crear, mantener, transformar y redistribuir los derechos
de propiedad.
A diferencia de la
rivalidad que es una propiedad física, la exclusión depende del
ejercicio de los derechos de propiedad que sólo se pueden ejercer si
existe una institución social que lo ampare y permita. Sabemos que
no siempre es posible asignar derechos de propiedad o que asignados
son difíciles de ejercer (por ejemplo la propiedad intelectual).
Un derecho de propiedad
lo es en tanto en cuanto impone el deber y la obligación a otros
miembros de la comunidad de respetarlo o enfrentarse a las
consecuencias de no hacerlo. Sin embargo, ese derecho, o mejor
conjunto de derechos no se ejerce en el vacío. Las leyes me pueden
imponer obligaciones o limitaciones a la propiedad. Existe, por
consiguiente, una relación a tres bandas, el propietario, el resto
de la sociedad y el estado o institución que autoriza y permite el
ejercicio de los derechos y obligaciones que son inherentes a la
propiedad.
Si no hay derechos de
propiedad puede existir el privilegio. Si el aire no tiene derechos
de propiedad yo puedo contaminarlo tanto como quiera ya que los demás
no pueden ejercer sus inexistentes derechos contra mi.
En un mundo vacío, donde
los impactos globales son reducidos, aunque pueda haber impactos
locales, la necesidad de limitar el privilegio de unos en detrimento
de otros no tiene la misma relevancia, que en un mundo lleno, donde
los impactos negativos se multiplican afectando a gran número de
personas en diferentes ámbitos de decisión. Cuando los costes sobre
los demás se hacen muy importantes es necesario imponer limites. En
un sistema que medra con el crecimiento sin contabilizar los costes
que impone a los demás la globalización es una bendición. Mediante
la globalización puedo buscar lugares donde esos límites no se
impongan, donde sea más fácil controlar los gobiernos deseosos del
maná del crecimiento económico a cualquier precio. En especial,
porque el reparto de costes y beneficios es asimetrico, favorece en
gran medida a las élites locales e impone fuertes costes a la gran
masa de la población. De esa forma, mato dos pájaros de un tiro,
mediante la movilidad de capitales deslocalizo la producción y
obligo a los países más desarrollados, generalmente democráticos,
a relajar los controles para competir. Consigo pervertir el sistema,
de forma que de un ser humano un voto pasemos a un dólar, euro, yen
o una libra un voto. Lo que decidan los electores queda en agua de
borrajas ante una realidad que impone tales límites de forma que las
elecciones democráticas quedan capitidisminuidas. El romper ese
circulo vicioso es esencial, pues sin la capacidad de ejecutar
políticas es imposible transformar la realidad.
Finalmente, señalar que
los derechos de propiedad no tienen porque ser necesariamente
privados y, que algunos o todos ellos se pueden segregar. También puede suceder que el ejercicio individual del derecho sea completamente imposible o
tenga un coste desproporcionado.
Por otra parte, aunque el
ejercicio individual sea difícil o imposible no sucede lo mismo si
los derechos se ejercen colectivamente ya sea mediante una propiedad
común, ya se a través del estado. El que la economía neoclásica
rechace de inicio cualquier consideración sobre otras formas de
propiedad sobre la base de la idea proveniente de Locke de que la
propiedad es un derecho natural pre-existente a la sociedad y al
estado: “The reason why men enter into society is the preservation
of this property” es a la luz de nuestros conocimientos actuales
tan absurda como la fábula del trueque tan querida por los
economistas clásicos como explicación para la creación del dinero.
Acabar con el “achique
de espacios”
El diseño de políticas
para la transformación requiere que acabemos con el “achique de
espacios” que el imperialismo económico significa y,
reconquistemos parcelas de poder que, especialmente, desde los años
80 del siglo pasado se han convertido en dogmas de fe de la iglesia
del crecimiento indefinido.
En cualquier caso,
cualquier sociedad debe alcanzar un amplio consenso en temas éticos,
sociales, políticos así como las instituciones reguladoras, algo
que podríamos denominar con cierta laxitud el “contrato social”.
Sin embargo, el imperialismo económico ha permitido reducir el campo
de ese contrato a dimensiones mucho más reducidas de lo que fue en
otros momentos, bajo un falso velo de positivismo, libre de valores,
que tiene efectos devastadores sobre la sociedad.
El reto es colosal, pero
la necesidad lo es aún más. No se puede ocultar que las políticas
que podamos diseñar siguiendo estos u otros principios tienen una
inevitable componente de intento y error. En todo caso, siempre que seamos capaces
de sacar las conclusiones adecuadas podremos avanzar en el cambio de
rumbo, pero nuestro problema principal es que el tiempo se agota.
Buenas Jordi.
ResponderEliminarMuy interesante tu artículo. Hay una cuestión peliaguda en el tema de los impuestos versus sistema de cap. No creo que importe tanto alcanzar el óptimo, como ver la mejor estrategia dada la situación en la que estamos. Hay que asumir, es cierto, que se tratará de ensayos y errores, y que al final, de forma pragmática habrá que quedarse con los que funciona.
Volviendo al tema impuestos versus cap, el cap parece ideal para controlar los recursos que depende de nuestra soberanía, los que están en nuestro país. Podemos poner límites al agua, madera, peces, tierra, que podemos utilizar con el objetivo de mejorar el capital natural y alcanzar una mejor "renta de Hicks". Respecto a lo que viene de fuera es más complejo, poner un cap al Cobalto que puedes utilizar lastaría nuestra producción tanto para exportación como para consumo nacional, por tanto aquí considero mejor poner un impuesto al consumidor final. Con recursos especialmente valioso se podría hacer una excepción, por ejemplo, distribuir cuotas de energía a consumidor final. Pero distribuir cuotas de Cobalto (etc, etc) parece muy complejo, por lo que el impuesto parece la solución viable mientras no haya el famoso "acuerdo global" que siempre se pone como excusa para no hacer nada. Es una cuestión a relfexionar, pero en este momento me decanto por esta opción, y si hay que experimentar con la curva de demanda, pues se hace.
saludos,
Hola Jesús
EliminarSi, el "trial and error" es imprescindible, por eso he insistido en el tanteo de la escala óptima ya que la determinación está más allá de nuestras posibilidades.
Lo que comentas respecto a los límites vs impuestos tiene mucho que ver con el principio 6, es decir, cual es el ámbito de decisión, que es donde se encallan las discusiones y se pasa a la postura nihilista de o todos o nadie. en consecuencia, nadie. Esa es en el fondo la tesis que mantiene Javier Perez en el post "Lo que los peakoileros no logran entender". Respecto a lo que comentas en lo que se refiere a nuestro propio ámbito de decisión y que políticas utilizar estoy de acuerdo en que el cap es siempre lo óptimo. Es construir la presa en la parte estrecha del río, además permite una retroalimentación mejor gracias a los precios en cuanto al nivel de restricción que estás imponiendo y como afecta al conjunto de precios relativos. Es importante destacar que el cap and share es mejor pues permite asignar derechos y transferir renta, por lo tanto, tiene un efecto redistributivo. Hay que señalar que la estrategia óptima es no pretender un control extensivo de los recursos, sino en función de la Ley del mínimo de Liebig buscar los elementos de control eficaz mediante límites y/o impuestos del flujo de recursos. En otras palabras, restringir la macro-asignación a los elementos claves y dejar que el resto fluya con la máxima variabilidad posible. Lo siguiente es interrogarse por cuales pueden ser esos elementos claves que permitan ese macro-control. Según entiendo, la clave de bóveda del sistema es la energía, aunque más estrictamente diríamos que la potencia ya que incluye el elemento temporal que es imprescindible si hablamos de flujos. La pregunta es si mediante una macro-asignación de "potencia" en el sistema se produce un restricción del flujo en favor de la conservación del stock. Las restricciones de energía por un lado favorece la eficiencia y maximizar el trabajo útil (exergía) pero como conocemos que existen límites físicos para la exergía podemos ajustar el flujo de transformación y por lo tanto de bienes y servicios así como de residuos. Se que todo esto es demasiado teórico, y que tropezamos continuamente con el ejercicio de ciertos derechos de propiedad asignados. Pero creo que la combinación de ciertos límites con impuestos tal como propones es el primer paso. La cuestión a dilucidar, por temas de simple economía de medios, es que debemos controlar, cuanto menos mejor, para que el resto se ajuste reconociendo los límites impuestos a la escala de la economía en relación a la bioesfera.
Saludos
También quería apuntar que aunque a nivel global la limitación de recursos es la mejor opción, a nivel regional como elemento de transformación la limitación de residuos combinado con transferencias de renta "cap and share" puede ser política atractiva aunque puede parecer una violación del primer principio, creo que una cosa es la limitación y otra la asignación de derechos y las transacciones que se producen entre los más "frugales" ya sea por vocación o necesidad y los más "derrochadores" aunque sólo sea a nivel regional. Por otra parte tarifas o barreras arancelarias o no arancelarias parecen necesarias cuando hablamos de productos o recursos importados lo que tiene fuertes implicaciones políticas en cuanto supone el desmontar la globalización económica como ha sido concebida. La tesis de todo o nada parte de la base de que la globalización es irreversible (no lo fue la primera de finales del XIX y principios del XX ) y que como hemos convertido todos los problemas locales y regionales en un gran problema global (atacar problemas locales o regionales nos hace menos "competitivos") y como el gran problema es intratable se sigue que lo mejor es no hacer nada.
EliminarFinalmente, hay que ser conscientes que el fin de este tipo de globalización debe ser acompañado de enormes trasferencias de rentas y tecnología de los países ricos a los pobres, de otra forma no funcionará. Esas transferencias pueden ser un mecanismo muy potente de macro-asignación.
Saludos
Hola Jordi,
ResponderEliminarEntiendo que los límites (directos o vía fiscal) influirían negativamente en el PIB, tal y como sugiere la correlación entre consumo de energía y PIB, (aunque mejorasen otras variables que deberíamos valorar más). Esta puede ser la implicación más importane. Tal y como dices en el último comentario, tenemos un problema político con la globalización, pero creo que también está motivado por lo que nos une a ella: la incuestionable máxima de que hay que crecer y estar tan arriba como se pueda en la champions del PIB identificado con el poder económico internacional. De no ser así podríamos hacer una política diferente, siguiendo estos principios que tan bien has resumido. (Intentar internacionalizar esa actitud sería entonces un problema posterior). Esto implica que tenemos un problema con la confianza social en esta forma de valorar las cosas. Bután es un ejemplo de política independiente del PIB pero también un referente indeseable para la mayoría actual aun cuando no necesitáramos reducir tanto la producción.
No dejo de preguntarme cuál es "el eslabón más débil de la cadena" teórica que sostiene el paradigma actual y cuál es la clave que sostiene su apoyo social. ¿La confianza en el trabajo-producción aunque sea insostenible? ¿La ambición económica personal-social? ¿La asunción de la competencia por el poder como 'lo natural'? ¿El miedo a la exclusión y a la escasez que lleva a una acumulación individual preventiva? ¿O la simple desidia que hace más fácil dejarse llevar en lugar de investigar y apoyar las alternativas? Confianza, (auto)comprensión, ambición, miedo y desidia. Quizá cuando estas motivaciones humanas estén alineadas con la economía ecológica, esta será hegemónica. Confianza en un tiempo liberado pero sin lujos, entenderse co-dependientes y eco-dependiente, ambición de salud-sostenibilidad, temor a superar los límites, conformidad con ese nuevo estado de cosas.
...aunque quizá ocurra que una confusión generalizada, llegado el caso, dé una oportunidad a las alternativas bien fundamentadas.
Saludos.
Hola Ecora
EliminarSi, en efecto los límites influyen negativamente en el PIB ya que lo que perseguimos es reducir el flujo de transformación. Desde un punto de vista teórico la reducción es más fácil hacerla limitando el flujo de los recursos que poniendo techo a los residuos, pero eso plantea cuestiones sobre los omnipresentes derechos de propiedad. Como no me canso de repetir el PIB ha perdido sentido no sólo como indicador del bienestar sino como indicador de crecimiento económico asimilado a la mera actividad. Todo esto dicho en los términos más puramente materiales que sea posible concebir. Sin duda Butan es un ejemplo, pero aplicado a un país donde el PIB tiene mucho más sentido económico que en cualquier país de los denominados desarrollados, ya que existen lugares donde un aumento material si está o puede estar correlacionado con un aumento de bienestar, aunque en está afirmación existe una carga cultural de la que soy consciente. En cuanto a la globalización en su actual acepción me parece que se describe con la expresión achique de espacios que permite el crecimiento antieconómico, cada vez más débil y haciendo más trampas contables, a costa de los bienes públicos comunes.
Las preguntas que planteas son sin duda muy pertinentes, en especial al apoyo social que disfruta el paradigma actual. La clave del éxito es para mi presentar a la ciencia económica como una ciencia positiva, mediante el recurso a la matematización, libre de valores normativos separada de la política. Los economía clásica es un ciencia social en término modernos o algo relativo a la "moral" si hablamos de Adam Smith. Está creencia está tan asumida por todo el espectro político que los debates se distorsionan porque aún aquellos que detestan los supuestos normativos implícitos en el paradigma neoclásico no los cuestionan. Ya dijo el patriarca Rockefeller que la mejor inversión de su vida había sido financiar la Universidad de Chicago.
Saludos